El público general suele ver a los economistas con desconfianza, sabiendo que bien pueden decir una cosa y la contraria al mismo tiempo. La gente no se explica por qué ante un determinado fenómeno pueden existir tantas alternativas supuestamente válidas, cuando asumen interiormente que la economía es una ciencia más o menos exacta. Recientemente en España hemos visto un caso de este tipo: el Manifiesto de los 100, de expertos proponiendo una salida a la crisis desde el mercado laboral, y el Manifiesto de los 500, de expertos proponiendo todo lo contrario. Siguiendo ese pensamiento es fácil llegar a preguntarse por la cantidad de mentirosos que hay dentro de la profesión y el motivo por el qué mienten.

Algunos piensan que la razón está en los intereses políticos: que los economistas se prostituyen con facilidad al servicio de determinados partidos y donde dije que no ahora es que sí, con independencia de todo lo demás (la realidad incluída). Otros dan por hecho que todos los economistas son honestos, pero que una parte de ellos utiliza las herramientas inadecuadas para la profesión y que, por lo tanto y en esencia, no son verdaderos economistas. Pero, ¿qué hay de verdad en todo ello?

En realidad, de todo un poco. Es verdad que existen economistas que cambian de opinión según su status político: ahí tenemos a J.M. Campa, actual secretario de estado de economía y que tras firmar el Manifiesto de los 100 ahora, desde el gobierno, se desvincula de sus propias recetas. Y también es verdad que existen muchos economistas que no contrastan con la realidad sus afirmaciones y que, al final, parecen que hacen más literatura de la cuenta. Al fin y al cabo, estrictamente hablando «ser economista» es sacarse la carrera de economía; y tarde más o menos al final eso se consigue.

El primer problema es metodológico y realmente es imposible llegar a un acuerdo entre los economistas al respecto. Nuestra disciplina tiene que analizar fenómenos que tienen diferentes causas e implicaciones, algunas cuantitativas y otras cualitativas.

El pensamiento científico recomienda y exige un análisis sistemático para cada situación. Para seguir un pensamiento sistemático es útil utilizar las matemáticas, que es un lenguaje limpio y claro que nos sirve para entender las relaciones entre variables cuantificables. Pero el abuso de las matemáticas, o pensar que sólo se piensa sistemáticamente cuando se usan matemáticas es un grave error: ¿qué pasa con las variables no-cuantificables? ¿cómo introducir la relación entre una variable no cuantificable y otra que sí lo es? Al fin y al cabo, la obra más conocida de Keynes apenas tiene matemáticas y si acudimos a las obras de los clásicos (Smith, Ricardo, Marx) encontraremos grandes razonamientos sistemáticos que no tienen números.

El segundo problema es derivado del anterior y tiene que ver con los modelos. Los economistas creamos modelos para intentar visualizar mejor los fenómenos y obtener reglas parciales o generales. Así, los economistas utilizamos la abstracción para simplificar las relaciones (por ejemplo, utilizamos la categoría trabajadores en vez de hablar de Pepe, Lucía, Julíán…) y vamos relacionando variables. Podemos decir que el consumo depende del salario y que el consumo determina el nivel de empleo; o podemos decir que el nivel de empleo es determinado por la productividad laboral y la tecnología. La suma de todas las relaciones nos daría un esquema de comportamiento «típico» de la economía capitalista, que luego tendría que probarse cierto a través de diferentes mecanismos de contrastación. ¿Y cuál es entonces el problema?

Pues que sencillamente y debido a la naturaleza de la economía (los economistas no podemos aislar a los elementos de observación para encontrar causalidades, nos tenemos que conformar con correlaciones; y además somos parte del análisis y eso es muy problemático), hay millones de modelos. Unos más completos y unos más simples; algunos con unas bases y otros con otras. Cuando los supuestos esenciales del modelo son comunes se dice que pertenecen a la misma rama, pero dentro de esa rama hay infinitas posibilidades. Por eso es un error considerar que sólo hay una teoría económica (como hacen los planes de estudio de la educación española) y que sólo hay una forma de ver la economía. Eso es radicalmente erróneo (e interesado, por cierto) y quien lo sigue sosteniendo muestra una arrogancia no fundamentada y bastante dogmática.