Ahora que el Papa ha abandonado Madrid y que la derecha sigue calificando de ateos intolerantes y anti-papa a los participantes en las protestas contra la visita del Papa conviene poner encima de la mesa un debate interesante. Entre las muchas organizaciones y colectivos que se oponían a la visita del Papa -y todos los privilegios que les ha otorgado un Estado supuestamente aconfesional- había también colectivos cristianos. Eso lógicamente invalida absolutamente todas las acusaciones infundadas que los medios de derechas y sus acólitos han tratado de hacer llegar a la población acerca del carácter antireligioso de las protestas, pero además nos llama a la reflexión. ¿Por qué hay cristianos que se oponen a la tendencia oficial y dominante de la Iglesia?

Como en todas las organizaciones en la Iglesia también hay ramas y facciones. La tradición cristina se ha ido dividiendo una y otra vez, y siempre por cuestiones vinculadas al poder. Y en la Iglesia mejor que en ningún sitio se ve cómo el poder mueve la fe. La Iglesia ha tenido dos cismas importantes (el primero en el siglo XI y que separó a la iglesia de oriente de la iglesia de occidente; y el segundo a finales del siglo XIV y principios del siglo XV, que separó a la iglesia occidental y que hizo que hasta tres Papa se reclamaran como los verdaderos Papa).

En general además suele ocurrir que en algún lugar perdido de la institución surge un sujeto con ideas revolucionarias que intenta imponerse a la línea oficial y que a veces vence. Si vence se forma un nuevo status quo que tendrá nuevos pastores con sus propios rebaños. Eso pasó con Lutero y con la Reforma protestante en el siglo XVI, que desafiaron la ortodoxia oficial y vencieron en la parte este de Europa. Como reacción los católicos más ortodoxos (que como siempre estaban en España, ya se sabe que somos más papistas que el Papa) montaron la Contrareforma y pusieron a la Inquisición a trabajar: se torturaron y quemaron a todos los protestantes que había en España con el objetivo de no dejar pasar a las «ideas revolucionarias». Y así se escribe la historia, también de las religiones. Los rebaños siguen a la religión que profesan sus líderes políticos, y si los líderes cambian de religión ellos también. Por decirlo directamente: en España no hay más católicos que protestantes como resultado de un profundo estudio individual de las tesis de unos y otros sino sencillamente porque las sectas funcionan de forma orgánica y aquí toca obedecer, por causas históricas, a los ortodoxos.

Dicho lo cual hay que mencionar una línea muy especial de pensamiento surgida en el siglo XX en América Latina: la teología de la liberación. Para esta línea de pensamiento la Iglesia estaba muy vinculada al pueblo en sus inicios, pero a partir de la edad media se fue apartando progresiva y lentamente de su base social: ya no pensaba tanto en el pueblo y sus problemas y se dedicaba en su lugar a pensar más en aspectos doctrinales sobre la fe. En un contexto de pobreza extrema en el siglo XX en algunos países de América Latina algunos religiosos comenzaron a pensar de nuevo en los problemas del pueblo, y comenzaron a preguntarse en por qué había pobreza y desigualdad.

El martirio de los religiosos del pueblo

Influidos por las ideas dependentistas (una rama de la economía del desarrollo que viene a decir que el subdesarrollo de unos es resultado del desarrollo de otros -Günder Frank dixit-) y por los acontecimientos de rebelión popular (V. Alvarado en Perú, S. Allende en Chile, E. Che Guevara en Cuba, Perón en Argentina…) se desarrollan las ideas de la desde entonces llamada Teología de la Liberación o, según otros, «La Iglesia de los Pobres».

Pero entonces comienza la contrarevolución en América Latina, orquestada en casi todas las ocasiones por EEUU y su aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional (y dirigidas por el político estadounidense Henry Kissinger, también premio Nobel). Llegó el golpe de Estado en Bolivia (1971), en Chile (1973), en Uruguay (1973), en Argentina (1976), y las muchas dictaduras militares en Brasil, Paraguay, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Panamá, etc. Y con todo ello llegó la represión: el exilio y el asesinato en masa de los subversivos, entre los cuales se encontraban muchos de los religiosos de la teología de la liberación. Y en el año 1976 la Iglesia emite un informe señalando a esta teología como peligrosa, para el 1984 elaborar una lista de críticas severas desde la oficialidad. Entre ellas se destaca «un clasismo intolerable dentro de la Iglesia y a una negación de su estructura sacramental y jerárquica».

La teología de la liberación apostaba por entrar en la política, y a pesar de sus críticas rechazaba ser una teología inspirada por el marxismo. Siempre se ha reclamado de inspiración bíblica y evangélica. Y en cuanto a la violencia declaraba lo siguiente:

«Su postura frente a la violencia es la clásica de la teología y de la moral católica: hay que buscar soluciones pacíficas y no violentas a los conflictos existentes, pues la violencia engendra una espiral de violencia. Pero el admitir en casos extremos de opresión prolongada y general la legitimidad de una defensa, cuando se han agotado ya todos los demás recursos y se tiene garantías de éxito, esto no es ninguna originalidad de la Teología de la Liberación sino ladoctrina tradicional de la iglesia, actualizada por el mismo Pablo VI en su encíclica El Desarrollo de los Pueblos (n 30 – 31)» (Victor Codina, 1985).

El pecado estructural

A pesar de que no reconocen ser inspirados por el marxismo como ideología política sí que hay numerosas similitudes metodológicas con el marxismo científico, es decir, con la herramienta que desarrolló Marx para comprender el funcionamiento del capitalismo. Para los teólogos de la liberación el capitalismo es un sistema económico inmune a las variaciones de la moral de la sociedad, de modo que no se aceptan las soluciones de tipo «responsabilidad social» o «ética capitalista». Para algunos teóricos de esta teología «las corporaciones solamente pueden ser generosas o socialmente responsables en la medida que el mercado sea menos competitivo» (fuente de esta y siguientes citas textuales), es decir, cuanto más se aleje del diseño de libre mercado perfecto. Pero van mucho más allá.

En efecto, para los teólogos de la liberación «hay una diferencia cualitativa fundamental entre el nivel de las acciones concretas (conscientes, con una cierta intencionalidad) y el nivel del sistema económico. En este pasaje de un nivel al otro emergen nuevas propiedades que nos permiten percibir que estamos tratando de un nivel diferente (no necesariamente superior en términos éticos)». Esta idea es muy similar al pensamiento estructuralista, en oposición al individualismo metodológico propio de los economistas convencionales.

Como consecuencia de lo anterior, para los teólogos «no basta que seamos honestos y que actuemos de acuerdo con los valores morales si el sistema económico y social en el que estamos inseridos es un sistema éticamente perverso o socialmente excluidor y opresor». Esto significa, sencillamente, que la solución a la pobreza, desigualdad y otros males de la sociedad deben pasar por un cambio estructural en el sistema económico. Esto es así porque para ellos «la lógica del sistema económico funciona y produce sus resultados independientemente de la voluntad individual del agente», lo que supone que por muy bienintencionadas que sean las personas que viven en esta sociedad el propio sistema conduce a un resultado malvado.

Esto tiene que ver con las nociones de culpa y responsabilidad. Para la teología de la liberación «podemos sentirnos responsables frente a estructuras injustas, estructuras de pecado, y sentirnos llamados a luchar por su transformación sin que tengamos que asumir la culpa por la existencia y funcionamiento de esa estructura». De ahí nacía el concepto de «pecado estructural», que yo resumiré valientemente en lo siguiente: todo buen cristiano debe estar en contra del pecado pero no sólo del personal sino también del estructural, de modo que todo buen cristiano necesita obrar con objetivo de superar el capitalismo.

En definitiva

Más allá del hecho tramposo y mentiroso de la derecha al afirmar que quienes no están a favor de la visita del Papa son ateos intolerantes, lo que interesa es reflejar la complejidad no sólo de las ideas sino también de las corrientes religiosas. Yo soy ateo, pero como cualquier atento lector puede deducir comparto mucho más con esta corriente cristiana que con determinados colectivos ateos o hippies que ignoran consciente o inconscientemente el problema económico.

Por eso considero que es un error entrar en el debate sobre si religión sí o religión no. Soy de los que creen que la religión es el opio del pueblo, como Marx, y a la historia me remito para demostrar cómo el poder ha instrumentalizado la religión en su favor. Pero por encima de todo está, para mí, el papel del sistema económico y la diferente estructura de la lucha de clases. Y la teología de la liberación (la de los pobres) y su enfrentamiento con la versión oficial de la Iglesia (la del lujo y el poder) pone de relieve perfectamente cómo el problema no es de si se cree en Dios o no, sino de a quién sirve ese Dios.