Nigeria ha denunciado, por unos hechos ocurridos hace ya once años, a la multinacional farmacéutica Pfizer. La que acusa de realizar en su país ensayos clínicos no autorizados que se cobraron la vida de once niños y produjeron graves malformaciones físicas y mentales a otros doscientos.

Según el diario El Economista, aunque hasta ahora sólo una pequeña parte de los ensayos clínicos realizados por las grandes compañías farmacéuticas tienen lugar en África, la tendencia está cambiando y, actualmente, éstas prefieren ubicar las pruebas en los países emergentes con el fin de reducir costes en el reclutamiento de voluntarios.

Estamos, de nuevo, ante la lógica capitalista de la maximización de beneficios y la minimización de costes, con todo lo que ello conlleva a efectos sociales y humanos. En el sector de la industria farmacéutica, particularmente, las estrategias de estos gigantes económicos excluyen, no por casualidad, el análisis del coste en vidas humanas que su afán de lucro provoca.

En una economía globalizada como la actual, estas empresas se mueven impunemente por el mundo causando daños de los que rara vez se hacen responsables y por los que, cuando son parcial o totalmente asumidos, reciben castigos económicos que resultan insignificantes en comparación con los extraordinarios beneficios que presentan sus cuentas.

Conviene insistir en que no estamos ante ningún relato de ciencia ficción, sino ante una dramática realidad que revela una irresponsable y criminal forma de hacer negocio. No sólo se trasladan a países donde es más barato realizar este tipo de pruebas. Las empresas farmacéuticas también se apoyan en el analfabetismo de los voluntarios para conseguir que accedan a los ensayos clínicos, además de que manipulan y pasan por alto autorizaciones de expertos y especialistas.

El principal problema es la impunidad de las multinacionales farmacéuticas, que se aprovechan de su inmenso poder y de la lamentable ausencia de un marco legal y económico que les pare los pies antes de cometer este tipo de barbaridades. Apoyándose en la hegemonía del neoliberalismo, estas empresas se pasean por el mundo en busca del beneficio, a casi cualquier precio. Obviamente, no pagan ellos.

El caso de la multinacional Pfizer ha revelado una vez más, como ya ocurrió con Novartis y las patentes de sus medicamentos, que los criterios empresariales de estas corporaciones las definen, las más de las veces, como, sencillamente, entramados criminales ante los cuales, por cierto, no hay apenas respuesta por parte de las grandes instituciones, de los gobiernos poderosos. Nadie osa hacerle frente a estos conglomerados y eso las hace especialmente fuertes y peligrosas.