El próximo martes los diputados de IU recogeremos el kit tecnológico que contiene una tableta y un móvil, ambos de la compañía Apple. Son parte de los instrumentos de trabajo de los que dispondremos para ejercer nuestra labor, como en cualquier trabajo. Sin embargo, se han levantado determinadas críticas interesadas que conviene responder así sea brevemente. La primera tiene que ver con el supuesto carácter privilegiado de recibir dichos instrumentos. La segunda tiene que ver con la supuesta emergencia de una contradicción por el hecho de hacer uso de productos producidos por compañías carentes de ética.

La cuestión de los privilegios es bastante sencilla de responder, porque su consideración como tal parte de negar que el trabajo de un diputado conlleva un uso activo de materiales de comunicación tales como un teléfono y un ordenador o similar. El privilegio de los políticos no está, por lo tanto, en los instrumentos que se usan sino en aspectos relacionados con los sueldos desorbitados (razón por la cual los diputados de IU donamos la mayor parte de nuestro sueldo a la organización) o un sistema de cotizaciones desfasado, por ejemplo. Otra cuestión es, por supuesto, el uso que se hace de los instrumentos en cuestión. Todos los instrumentos de trabajo, tanto en el Congreso como en cualquier otro centro de trabajo, se deben usar con responsabilidad y de acuerdo a su finalidad original.

La cuestión acerca de la supuesta contradicción no es, no obstante, nada nueva. Apple es una compañía acusada de tener fondos en paraísos fiscales y de usar mano de obra semi-esclava en países en desarrollo, entre otras cosas. Por lo tanto es lógico que surja la duda acerca del carácter ético de aceptar instrumentos de ese tipo. Pero la cuestión se aclara, a mi entender, analizando el papel de la ética en el sistema económico actual.

El capitalismo es, por definición, un sistema carente de ética. Pero es, además, un sistema cuya lógica de funcionamiento empuja a todas las empresas a comportarse, para poder sobrevivir, sin atención a la ética . Bajo este sistema las empresas compiten entre sí buscando la máxima rentabilidad, algo que consiguen minimizando los costes (salarios) y moviéndose en la frontera de la legalidad. Si el banco A usa paraísos fiscales y obtiene mayores ganancias gracias a ello, entonces el banco B estará obligado a hacerlo también para no perder la lucha competitiva (leer aquí una explicación más completa de esta lógica económica). Las empresas de responsabilidad social sólo sobreviven manteniendo nichos de mercado de carácter «concienciado», que son una minoría y que persisten como burbujas (fundamentalmente porque los productos son mucho más caros, al no entrar directamente en la lucha competitiva).

Este razonamiento previo nos lleva a una obviedad: nada se mueve fuera del sistema económico. Todas las empresas son técnicamente explotadoras, y el debate está únicamente en determinar en qué grado lo son. Como ya dijimos por aquí, para los teólogos de la liberación “no basta que seamos honestos y que actuemos de acuerdo con los valores morales si el sistema económico y social en el que estamos inseridos es un sistema éticamente perverso o socialmente excluidor y opresor”. Esto significa, sencillamente, que la solución a la pobreza, desigualdad y otros males de la sociedad deben pasar por un cambio estructural en el sistema económico. Esto es así porque para ellos “la lógica del sistema económico funciona y produce sus resultados independientemente de la voluntad individual del agente”, lo que supone que por muy bienintencionadas que sean las personas que viven en esta sociedad el propio sistema conduce a un resultado malvado.

En un extraordinario artículo de hace unos años, Carlos Fernández Liria hablaba de este asunto asegurando que «estamos sumidos en una situación en la que no hay manera de saber lo que estás haciendo cuando haces lo que haces. Por supuesto, en estas condiciones, la voz de la moral no sabe a qué atenerse. Es demasiado complejo distinguir entre el bien y el mal.».

Fernández Liria hablaba concretamente del Coltán, material indispensable para la construcción de teléfonos móviles y también responsable de guerras sangrientas y millones de muertos en África. Él concluía lo siguiente:

«No es fácil saber hasta qué punto tenemos las manos manchadas de sangre cada vez que llamamos por el móvil o que nuestro hijo juega a la videoconsola. Sin duda que estamos metidos hasta las cejas en el entramado estructural que genera esas guerras. Sin embargo, llamar por el móvil es llamar por el móvil, no matar a nadie. Y por supuesto, dejar de llamar por el móvil tampoco va a salvar la vida a nadie. El móvil, bien mirado, es un invento magnífico ¿quién puede negarlo? Si cuando llamo por el móvil estoy teniendo una oscura e imprevisible relación intangible con no sé qué conflicto sangriento de África, la culpa, desde luego, no la tiene el móvil, ni yo por utilizarlo. No podemos evitar ser piezas de un engranaje muy complejo, en el que todo está ligado entre sí por caminos imprevisibles que nadie ha decidido. Esta complejidad, es cierto, hace que, como decía Günther Anders, nunca podamos estar seguros de lo que estamos haciendo cuando hacemos lo que hacemos. Nunca podemos estar seguros de los efectos indirectos de nuestra acción directa, como dice Franz J. Hinkelammert».

Todos estamos dentro del sistema y todos, diputados y no diputados, participamos indirectamente en guerras, explotación laboral, uso de paraísos fiscales y otras aberraciones del sistema económico moderno. Pero el sistema no es vencido ni superado por la resignación o por la renuncia a todo elemento fabricado en este marco (que implica desde la ropa hasta el móvil, pasando por el coche y el portátil desde el que nos escriben los supuestos defensores de la ética pura). La solución pasa por reconocer la lógica de este mundo y rebelarse ante ella. Los teólogos de la liberación hablaban del «pecado estructural», es decir, de que la verdadera acción moral y ética era luchar contra este sistema mediante el cambio de las bases mismas de funcionamiento. Y es que, como dice Fernández Liria, «por muy complejo que se haya vuelto en este mundo distinguir el bien del mal, hay una cosa que seguro que es mala, y esta cosa es, nada más ni nada menos, el hecho mismo de que exista un mundo así».

Los diputados de IU no nos vamos a enriquecer con la actividad política, y ahí reside nuestra ética y compromiso. Creemos que la política institucional es un instrumento útil, aunque no el único, para transformar el mundo injusto y despreciable que tenemos, y usaremos las herramientas de trabajo para luchar por ello. Por eso también lucharemos contra los privilegios que sean realmente tales, por eso renunciamos a la mayor parte de nuestro sueldo y por eso nuestros ex-políticos, como Anguita, rechazan las pensiones vitalicias. Ejemplos de honradez, ética y humildad. Y si hay quien quiere culparnos por hacer uso de un móvil, portátil o tableta, será porque ha equivocado el objetivo o porque actúa de mala fe.

Actualización 21.40: Aunque no es directamente el tema a tratar, he de añadir aquí -como he hecho hace unas horas en twitter- que yo también prefiero herramientas de software libre. Por esa razón en nuestro programa defendemos que la administración pública no use software privativo en ningún caso. La defensa del software libre es un pilar en nuestro programa, pero no es la cuestión aquí debatida.