Cives, economista y bloguero de politiokon.es, ha escrito recientemente una nota en la que critica la noción misma de «pensamiento crítico» en economía. Tras mostrar que un artículo muy crítico (este de Piketty y Saez) ha sido publicado en una red donde publican sobre todo economistas convencionales, Cives insinúa que ello demuestra que el problema no es que el pensamiento crítico esté marginado sino que los críticos en general no leemos ni los trabajos ni las redes de la academia. Lo que subyace en la crítica es la asunción de que los economistas críticos no somos rigurosos, y que por lo tanto esa es la razón por la que somos marginados de los espacios académicos.

En el fondo Cives suele identificar ortodoxia con rigor y heterodoxia con la falta del mismo. Esa identificación es, en realidad, muy poco seria. La ortodoxia en economía suele ser definida como aquellas teorías económicas cuyos métodos de análisis y modelos pueblan las universidades y los medios de comunicación. En la práctica eso significa aceptar que la ortodoxia, o pensamiento económico mainstream, es aquel vinculado con la teoría económica neoclásica y, a lo sumo, con la síntesis neoclásica. El resto de teorías económicas y economistas (austriacos, marxistas, postkeynesianos, feministas, ecologistas políticos, evolucionistas, institucionalistas, etc.) quedan relegados a un segundo plano y forman parte del heterogéneo grupo de las teorías y economistas heterodoxos. Del dominio de la ortodoxia nacen los planes de estudio universitarios que llevan a que la mayoría de estudiantes de económicas desconozcan por completo la simple existencia de teorías económicas alternativas a la oficial (lo que les lleva a asumir como verdad absoluta y única el conjunto de modelos que pivotan alrededor de la teoría económica neoclásica).

La cuestión obvia es, ¿cómo se puede saber en economía quién tiene razón y quién no? Partiendo del hecho de que estamos hablando de una ciencia social, y no de una ciencia exacta, sabemos que no podemos hacer experimentos y comprobar de esa forma si una teoría económica es cierta en todo momento histórico, si sólo es válida en determinadas circunstancias temporales o si directamente es una invención literaria desprovista de rigor. A priori no contamos con las ventajas de las ciencias exactas, de modo que nuestro problema debemos resolverlo de otra forma.

Sin embargo, en la academia se aplica un sistema idéntico tanto para ciencias sociales como para las ciencias exactas, con ligeras diferencias. Hablo del sistema de índices de impacto, dentro de los cuales el más conocido es el Journal Citation Reports. Este sistema se basa en recoger información de todas las revistas académicas registradas en su censo, con especial atención a las citas académicas o referencias que se producen en cada artículo. El procedimiento básico es sencillo: si la revista A publica un artículo en el cual se cita otro artículo anterior de la revista B, entonces la revista B sube su puntuación en el ranking. El sistema permite que las revistas más citadas sean aquellas que tengan más puntuación y, por lo tanto, se asume que serán también las más prestigiosas y científicas.

El ranking de 2010 ha llevado a que la revista campeona sea el Journal of Economic Literature, con un índice de impacto de 7’432, seguida de Queaterly Journal of Economics, con un 5’940. Otras revistas son Econometrica, con un 3’185, y American Economic Review, con un 3’150. La clasificación va más allá de una mera curiosidad, puesto que es un elemento básico para la evaluación de los currículums de los investigadores en economía. Los tribunales que otorgan las acreditaciones para los distintos niveles de profesorado puntúan los currículums en función del número de artículos publicados en revistas con índice de impacto. En principio es una fórmula adecuada porque nos permite discriminar entre aquellos investigadores que publican en una revista seria y aquellos otros que publican en revistas sin importancia o incluso creadas por ellos mismos.

Sobra decir que las revistas que encabezan el ranking son revistas donde sólo hay artículos de las teorías económicas dominantes. Por esa razón los investigadores que procuran hacer carrera tratan de pasar por el aro aceptando todos los requisitos para poder publicar en las revistas más valoradas. Y los requisitos van desde el inocente tener que escribirlo en inglés hasta el menos inocente hecho de que tiene que ser un material que interese al consejo de redacción de la revista (y eso supone renunciar a escribir sobre la economía de Andalucía, por ejemplo, o renunciar a utilizar un modelo económico con el que el consejo no simpatiza). En cualquier caso, el gravísimo error de Cives viene de asumir que los economistas críticos no tenemos revistas propias con índices de impacto o que no leemos a los economistas convencionales.

Dentro del ranking de JCR tenemos a las revistas postkeynesianas Cambridge Journal of Economics (1’457) y Journal of Post Keynesian Economics (0’254). También tenemos a la marxista Review of International Political Economy (0’861). Y entre otras heterodoxas está Metroeconomica (0’246) y la española Revista de Economía Mundial (0’038). Y hay muchas más. La cuestión es, ¿lee Cives o algún economista convencional este tipo de revistas?

El esquema de incentivos del sistema JCR hace que a ningún investigador le resulte rentable leer revistas heterodoxas y menos publicar en ellas, por más cosas interesantes que digan, porque no puntúan suficientemente en el currículum. Y si tu rival por la plaza de universidad es un neoliberal de primer nivel y le apasionan los modelos neoclásicos, y publicará por lo tanto en revistas con alto índice de impacto, a ti, que eres marxista y crees que otros modelos económicos son más realistas, te conviene más renunciar a tu objetivo científico y utilizar en su lugar modelos neoclásicos para publicar como tu rival. De lo contrario puedes perder la competición y quedar fuera. Lo que significa que será él el que enseñe economía en las facultades y no tú.

En 2010 Jacob Kapeller hizo un estudio de las principales revistas JCR de economía, diferenciando entre ortodoxas y heterodoxas, para llegar a la siguiente conclusión. En veinte años, las trece revistas heterodoxas más potentes se habían citado entre ellas un 52’42% de las veces frente a un 47’58% de las veces que se citaba a algún artículo de revista ortodoxa. Por el contrario, las trece revistas ortodoxas más potentes se habían citado entre ellas un 97’15% de las veces, frente a un 2’85% de las veces que citaron a alguna revista heterodoxa. El estudio, Some Critical Notes on Citation Metrics and Heterodox Economics y publicado en la revista Review of Radical Political Economics (también JCR, como hemos indicado), venía a concluir algo muy sencillo: lo que hacía a las revistas ortodoxas dominantes no era su mayor rigurosidad sino el esquema de incentivos de JCR, la arrogancia de los teóricos de esas escuelas y su falta de carácter pluralista.

Al final lo que resulta de toda esta historia es que ser un investigador y economista convencional está premiado, mientras que ser un investigador o economista crítico está penalizado. Exactamente eso es lo que denunciamos los críticos y heterodoxos. Pero el problema se hace mayor cuando de ese dominio ilegítimo nace la arrogancia de unos, los que están beneficiados por el sistema de incentivos, que negando la existencia misma de los otros trata de hundirlos y descartarlos sin ni siquiera conocerlos. Sólo hay que ver la red politikon.es (y lo mismo le pasa a los blogs de FEDEA) para ver cómo algunos comentaristas y autores intentan reducir al absurdo ciertas teorías críticas para hacer mofa de ellas, mientras que la inmensa mayoría de ellos desconoce las bases de ese pensamiento. Son un círculo cerrado que se mira siempre a ellos mismos, pero para golpear luego entre risas al sujeto que ellos mismos han creado y que está previamente reducido al absurdo y desprovisto de toda defensa. Como los matones de colegio, pero otorgándose el carácter de científicos arrogantes.

Todo esto permite analizar las palabras de Cives desde otro punto de vista, con otro enfoque. Él hace suya la siguiente frase:  «No es pensamiento crítico, es pereza intelectual». Pero, decidme, ¿quién es más perezoso en esta lucha por la verdad? Los economistas heterodoxos nos hemos educado con modelos y teorías convencionales, y cuando publicamos en revistas críticas lo hacemos con referencia siempre a todos los modelos existentes para buscar los fallos de todos. Por el contrario, los economistas convencionales no tienen más que citarse entre ellos y hacerse la pelota (literal) en sus artículos para poder publicar, la mayor parte de las veces ignorando modelos alternativos que puedan sacarlos de errores de prejuicios ideológicos. ¿Quiénes son los perezosos? ¿En quién podemos confiar para encontrar la verdad?