Hace ya casi un año escribí una reflexión sobre «La élite social del capitalismo» en la que, al concluir, añadí lo siguiente: «suelo decir que todo esto a mí me parece una versión sutil de la estructura social feudal, ya ni siquiera capitalista. Y es que toda esta historia tiene, cómo no, su otra cara de la moneda. Esta otra cara son los millones de trabajadores que se desloman trabajando a cambio de sueldos miserables, protegidos por la quimera del endeudamiento ad nauseam que opera únicamente en contextos de explosión financiera, y a cuyos hijos se les tranquiliza mediante largas promesas de buena remuneración en caso de obtener una excelente cualificación personal».

Hoy Público ha publicado la siguiente noticia: La nobleza se sienta en la mitad de los consejos del Ibex. Parece, al fin y al cabo, que aquél símil era menos símil y más descripción. Y la contradicción a la que hacemos alusión constantemente no hace sino agudizarse, ya que mientras los bancos siguen recibiendo dinero y viendo cómo su cuota de mercado se amplía (todo ello gracias a las políticas del gobierno), los ciudadanos ven recortados sus servicios públicos, sus derechos laborales y sus trabajos. Hasta llegar a la clara evidencia del último gesto de Telefónica: subida de remuneraciones a directivos y recorte brutal de personal en época de beneficios. Esto es algo con sentido económico (leer esta explicación) pero que se hace a las claras porque ya no queda vergüenza. Ni vergüenza ni miedo a las consecuencias de dejar tan a las claras que nos están robando.

Seguro que es por aquella frase del multimillonario Warren Buffet cuando dijo aquello de que por supuesto que había lucha de clases, pero que era su clase, la clase rica, la que estaba ganando esa guerra. Pero Buffet no es Botín, presidente del Banco Santander, que también se atrevió a decir que ellos «eran claramente los ganadores de la crisis económica». Buffet es un tipo inteligente que comparte la siguiente advertencia de Stiglitz: «El 1 por ciento de la población tiene las mejores casas, la mejor educación, los mejores médicos, y los mejores estilos de vida. Pero hay una cosa que el dinero no parece haber comprado: el entendimiento de que su destino está ligado a cómo vive el 99 por ciento restante de la población. A lo largo de la historia, esto es algo que el 1 por ciento aprende con el tiempo. Demasiado tarde». En la línea de lo que también escribió Farrell en el Wall Street Journal cuando explicó que la consecuencia lógica de todo esto es que habrá que «enfrentar una revolución». Farrell elaboró una advertencia clara: «Sí, fiscalicen a los súper ricos. Y háganlo ahora. Antes de que el 99% restante desencadene un nueva Revolución Estadounidense, una implosión y la Gran Depresión 2».

Lo que ocurre es que yo dudo mucho de que eso sea evitable. Lo que hay que tratar es que las movilizaciones venideras sean canalizadas en un proyecto anticapitalista y de izquierdas.