Los estallidos sociales de los últimos años en Francia y Reino Unido han sido identificados, en mi opinión erróneamente, como eventos aislados debidos a comportamientos individuales. Esta sociedad nuestra del espectáculo ayuda a percibirlos así porque los espectadores visualizamos estos fenómenos sólo puntualmente y por breve espacio de tiempo. Por ejemplo, cuando se produce un asesinato que da lugar a multitud de protestas más o menos violentas es cuando las cámaras de televisión aparecen para “informar” (más bien para capturar imágenes o vídeos que les permitan vencer en la competición de lo espectacular) y es en ese momento cuando los espectadores interpretamos dicha información y percibimos “lo que sucede”, el fenómeno.

En realidad esos fenómenos responden a causas más profundas y complejas instaladas en la realidad social desde mucho tiempo antes. En el Reino Unido los estallidos recientes tenían más que ver con la frustración social y económica que con la etnia o, como se decía en los ambientes conservadores, por la falta de moralidad y el aburrimiento. En Francia, la quema de coches en barrios marginales es tan constante que desde hace más de una década hay una película impresionante –La Haine- que reflejó con mucho acierto las condiciones sociales de aquellos barrios. En ambos casos la noticia sólo llega a la gran masa de la sociedad a través de los medios de comunicación y sólo cuando un evento concreto supera el límite de espectáculo necesario (suelen ser asesinatos, la quema de edificios importantes o disturbios generalizados en el tiempo).

Ante estos fenómenos tenemos dos posibles caminos de reflexión. De un lado puede surgir la posición simple, basada en interpretar los hechos a través de la observación de únicamente el actor de la acción o el evento final. Así, desde este punto de vista los estallidos sociales serían el resultado de la acción de seres marginales que actúan desde la falta de educación y la inconsciencia –algo que se resuelve con más represión-, bien o sería la respuesta ante una demanda muy concreta que desencadena la protesta –lo que se resuelve con la satisfacción de esas demandas.

De otro lado tenemos la posición compleja, basada en analizar el fenómeno como el resultado de procesos instalados desde hace tiempo y que ahora se muestran como consecuencias a través de eventos concretos. El crecimiento cuantitativo (la frustración por el empobrecimiento) llega a un punto en el que se da un salto cualitativo (la manifestación violenta de la frustración). Desde este punto de vista el motín de Esquilache no fue causado por la prohibición de llevar capa y sombrero –aunque ese fuese el detonante- sino por la generalizada insatisfacción respecto a las condiciones económicas. Asimismo, los estallidos sociales en Reino Unido y Francia no son por culpa de tal o cual asesinato, sino por la naturaleza de un complejo proceso de marginación y empobrecimiento que es consecuencia de una determinada configuración económica (la globalización neoliberal).

La visión sencilla es la visión que nace de la falta de cultura política, entendida ésta como la capacidad de entender la forma en la que las complejas relaciones sociales se cristalizan en la sociedad. Es decir, es la visión el pensamiento simplista, vulgar o populista que surge inmediatamente y de forma primaria tras visualizar un fenómeno concreto. Es un sentimiento y una interpretación primaria, carente de un proceso de reflexión. Y, como actitud populista que es, se trata de una sensación que busca encontrar un culpable en el que volcar su explicación.

¿Qué papel jugó Maddoff en las estafas financieras piramidales? ¿Y el político que abre la mano para recibir prebendas por parte de un constructor? ¿Y el inmigrante que acepta trabajar por menos salario? ¿Y el que saquea un comercio? ¿Y el terrorista que mata mediante el uso de las bombas?

La respuesta a todas estas preguntas debe producirse, en mi opinión, desde la política y la reflexión seria y rigurosa. Por eso creo que debemos rehuir el populismo que a todas esas preguntas, y anticipándose a cualquier reflexión, da una respuesta basada en un sentimiento primario. Porque es una vía arriesgada, ya que como sentimiento primario despierta un importante grado de adhesión (al fin y al cabo es admitido con facilidad por la mayoría de los ciudadanos; es la explicación más coherente con el marco cognitivo de la mayoría), pero es a su vez incontrolable. Los individuos o partidos que se nutren del populismo son luego incapaces de controlar la muchedumbre y los sentimientos que han ayudado a crear. Y esa vía puede acabar, según se de en un determinado contexto económico, en el fascismo.

Dos ejemplos breves.

El primero, sobre la crisis actual. Es un fenómeno económico concreto que los economistas intentamos explicar, pero tiene un impacto muy notable en la realidad social y que no queda sólo restringida al estudio de unos eruditos. Su impacto es desigual según clases sociales y según geografía, de modo que su análisis no es sencillo. Y la frustración que genera puede sumarse a la frustración acumulada por la dinámica económica previa (al fin y al cabo ya había crisis –en términos sociales- antes de 2008 aunque el PIB creciese). El empobrecimiento de determinados sectores y la marginación de otros puede estar sentando las bases de un importante estallido social. Eso es lo que nosotros opinábamos antes del 15M. Y así es como yo interpreto al 15M, como la manifestación de la frustración de la gente (que más allá de ese elemento descriptivo no comparte mucho más –ni identificación del problema ni alternativas al mismo). La evolución social del estallido –del 15M y los venideros- dependerá de qué partidos o sectores políticos canalicen esa frustración creciente. En este punto la izquierda tiene que ofrecer respuestas a la crisis, identificando las causas últimas de esos procesos y mostrando la luz  a través de prácticas políticas superadoras del problema real, anulando de esa forma las posiciones populistas. Porque otros intentarán captar esa frustración haciéndoles oír lo que sus marcos cognitivos aceptan a primera instancia (el culpable visible).

El segundo. El terrorismo político, por ejemplo el de AlQaeda, es aquel que nace como resultado de un proceso político y social profundo que puede estar enraizado desde mucho tiempo antes. A diferencia del paranoico que mata por placer, el terrorismo político hunde sus causas en complejos procesos sociales. El fenómeno del asesinato es doloroso y terrible, e imprime fuertes sentimientos reactivos en los que lo sufren, presencian o visualizan a través de los medios de comunicación. Y, desgraciadamente, alentar esa frustración primaria proporciona también réditos electorales además de que desvía la atención desde la causa hacia la consecuencia. Aquí es donde la diferencia entre comprender y justificar es clave para el analista. Los fenómenos deben intentar comprenderse para ser introducidos en una secuencia lógica que tenga sentido y que nos sirva para encontrar la respuesta adecuada, si bien obviamente eso no debería significar la justificación de la acción.

EEUU e Israel usan mucho la estrategia populista para dotarse de apoyo social suficiente. Llaman a esa frustración primaria que ellos han alimentado, y eso les permite poner en marcha atroces eventos. Lo que ocurre es que la activación de estos mecanismos tiene difícil marcha atrás. De modo que cuando la razón y la cordura (el análisis complejo) se impone en el sector que ha canalizado esa frustración, las personas que componen esa base social no entienden el cambio y manteniendo sus posiciones populistas se organizan como sector de presión en la línea que ellos creen única y verdadera (la del análisis simplista y populista).

Ante ello, y como he repetido tantas veces en este blog, educación y formación. Tareas que la izquierda ha dejado de lado desgraciadamente durante mucho tiempo. Porque si no hubiera sido así, es decir, si se hubieran hecho los deberes, la salida anticapitalista a esta crisis contaría hoy con un fuerte apoyo social. Suficiente para poner en marcha políticas de transformación sistémica.