La ideología neoliberal entró en una fase de deslegitimación a raíz de la crisis de las hipotecas subprime. La articulación de la economía al modo neoliberal se reveló una vez más profundamente inestable, y dio la razón definitiva a quienes desde hace mucho tiempo venían remarcando el carácter contradictorio de esta forma de organización social. Los autores regulacionistas franceses y los autores radicales estadounidenses, por ejemplo, ya habían reconocido en el neoliberalismo una estructura endeble, volátil e incapaz de conducir a la sociedad a una senda de crecimiento económico y bienestar.

El neoliberalismo se presentó ante la sociedad como la respuesta ante la decadencia del keynesianismo, padre intelectual de la llamada «época dorada del capitalismo», en los años setenta y ochenta. El programa neoliberal, muy bien plasmado en lo que se consideró el «Consenso de Washington«, se fue imponiendo en todo el mundo, prometiendo una nueva era de crecimiento y bienestar. Se habló de «el fin de la historia», de una «nueva economía» y, en definitiva, de una sociedad próspera y sana en lo económico.

La crisis de las puntocom, en el año 2000 y en Estados Unidos, fue un susto que puso de relieve que muchas de las ideas fantasiosas sobre la «nueva economía» eran un verdadero fraude. Pero la economía se sobrepuso con velocidad y continuó un ritmo de crecimiento que si bien fue débil -en relación a lo que habían sido las tasas de crecimiento de los años cincuenta- también fue estable.

Pero la crisis de las hipotecas subprime, en 2007, volvió a dar una bofetada de realidad al «fin de la historia». Esta vez la crisis se presentaba en su forma financiera, asociada originalmente al mercado de crédito y expandiéndose más tarde a otros mercados financieros, pero con un contagio posterior a la economía real. Ya era una crisis mucho más clásica, con incremento del desempleo, estancamiento de la producción y de la inversión y con déficits públicos crecientes. El neoliberalismo había conducido a esto, tan conocido, y no a su contrario como se prometía.

Algunos creyeron ver en esta crisis, después de todo, el fin del neoliberalismo. Si no había funcionado, ¿qué necesidad había de mantenerlo? Los discursos grandilocuentes de algunos mandatarios, como el presidente francés, parecían apuntar a esa misma idea. Había que modificar las bases del capitalismo, y esto pasaba irremediablemente por sustituir el neoliberalismo. Más regulación, más control por parte del Estado de las actividades económicas, e incluso una penetración del mismo en distintos mercados clave y, sobre todo, una reconfiguración de la relación capital-trabajo. Los paralelismos con el principio del siglo XX eran fáciles de ver.

Pero quebrado el neoliberalismo como forma de organización social, el neoliberalismo como ideología había seguido perfectamente vivo y muy bien asentado. Sin una oposición ideológica suficiente que hubiera mermado también sus postulados teóricos, el neoliberalismo sigue hoy imperando y siendo absolutamente hegemónico en el plano político y, por ende, también en el económico. La relación de fuerzas entre el neoliberalismo y sus potenciales adversarios ha sido claramente favorable al primero.

Por esa razón nos acercamos a una segunda fase de la crisis, en la que las prácticas políticas no son sino una agudización de lo que se viene aplicando sistemáticamente desde los años ochenta. Planes de ajuste, por hablar en la terminología del consenso de Washington. Es decir, reformas laborales que merman la fuerza de los trabajadores, privatizaciones, liberalizaciones, reformas fiscales regresivas, etc. Estamos ante una «vuelta de tuerca» más. Ante un intento, desesperado y probablemente más que vano, de repetir la fórmula para ver si ahora sale bien. Para ver si así, con todo esto, comenzamos de verdad una senda de crecimiento económico y bienestar.

El riesgo es más que evidente. No sólo podemos conseguir una agudización de la crisis actual, en la forma de desempleo, débil crecimiento y mayor déficit público, sino que además podemos estar sentando las bases de una nueva crisis venidera mucho más potente y dramática. Podemos estar sembrando una nueva Gran Depresión, en definiva.

Y todo ello sólo podra cambiar, antes de que sea tarde, con un cambio en misma relación de fuerzas cuya configuración actual ha permitido que el neoliberalismo ideológico siga siendo dominante. El cambio sólo puede venir de la mano de un refortalecimiento de las clases populares, algo que requiere sin lugar a duda una previa reconcienciación ideológica.