Izquierda Unida define y decide su futuro en los próximos meses. Atacada una y otra vez desde todos los flancos, externos pero también internos, es la organización que más potencial transformador tiene de todas las existentes en la actualidad. No obstante, para muchos es una sorpresa que aún estemos vivos. Recuerdo a Paco Marhuenda decirme en privado hace unos meses que él contaba con que ya hubiéramos desaparecidos bajo el tsunami de Podemos. Afortunadamente para la izquierda y para las clases populares de este país, y desafortunadamente para los tertulianos que representan a la oligarquía, eso no ha sucedido.

Es verdad que lo hemos tenido casi todo en contra en los dos últimos años. Como consecuencia de errores propios pero también por un claro interés externo en quitar de en medio a la fuerza anticapitalista mejor organizada, hemos tenido que esforzarnos mucho para seguir teniendo presencia institucional. Cuando acepté ser candidato de IU, allá por noviembre de 2014, sabía perfectamente que íbamos a un escenario de resistencia lleno de obstáculos. Hoy, comenzando 2016, sabemos que no nos equivocábamos en absoluto.

Muchas veces algunos amigos que me quieren me han preguntado que por qué hice eso. Que por qué no me fui a Podemos, una organización en alza, y abandonaba así “un proyecto agotado”. Siempre sonrío. Y trato de explicarlo con amabilidad. Les comento que yo quiero ganar pero que para mí los resultados electorales sólo son un poco de información más, que lo que verdaderamente importa es la red de activistas y militantes comprometidos que, con una cultura política común, inciden en la vida de la gente. Que el mundo no se cambia sólo a través de las leyes. Y dedico minutos y minutos a explicar a mis amigos qué es para mí la transformación social… Pero al final el mensaje que mejor se entiende es el siguiente: porque soy comunista. Y es que ser comunista implica una serie de cosas que se sobreentienden por casi todo el mundo.

Ser comunista es defender un proyecto político basado en ideales de justicia social y derechos humanos. Es tener una aspiración ético-política sobre la sociedad del futuro. Pocos recordarán, a estas alturas, que el socialismo y el movimiento obrero fueron los responsables de mantener viva la llama de los derechos humanos desde 1794 hasta 1948. Y lo hicieron a un coste muy alto. Pero ser comunista es también sentirse parte de la misma historia de los que luchan por un mundo mejor, desde Espartaco hasta la Pasionaria, desde Robespierre hasta Anguita, desde Luxemburgo hasta Ernesto Ché Guevara. No son las mismas historias ni los mismos contextos, pero existe un hilo rojo de la historia que da sentido a la noción de progreso. Y es verdad que el materialismo histórico está tan dañado como la modernidad, que nos trajo guerras mundiales y bombas atómicas y no un paraíso terrenal. Pero también es verdad que sin principios, valores ni gente que lucha este mundo se hundiría en la competición salvaje del sistema más insaciable e inhumano que ha existido: el capitalismo.

Y para desplegar este/nuestro proyecto nos juntamos unos con otros; nos organizamos. Lo hacemos en los centros de trabajo y en las calles, en los institutos y facultades, en los pueblos y en las ciudades, y en todas partes construimos organización. Una organización para transformar el mundo en el que vivimos, para que nuestra gente abandone el reino de la necesidad y alcance el reino de la libertad. Por eso estudiamos, pensamos, debatimos y enseñamos, para tener ideología; y por eso elaboramos estrategias y tácticas, para convertirla en realidad. Miramos a las encuestas y a los resultados electorales, sí, pero mucho más el mundo real que nos rodea.

Conozco muy bien esta organización y sus debilidades y fortalezas. Soy militante desde el año 2003, un período muy difícil para nosotros y que para muchos significaba el fin de la historia; ya se sabe, el fin de las ideologías y la reducción de la política a la gestión posibilista del capitalismo. Ser comunista era entonces aún más complicado, aunque parezca extraño. En ocasiones incluso me sentía expulsado de mi propia organización por serlo. En el año 2008 no pude votar en las primarias entre la candidata comunista –mi opción preferente- y Gaspar Llamazares –entonces coordinador general y partidario de una política de extremo acercamiento al PSOE- porque misteriosamente mi nombre había desaparecido del censo. Porque yo era del PCE; comunista. Ni siquiera en aquellos momentos pensé en dejar de luchar, ni dentro ni fuera.

Tampoco ahora que otros han quedado deslumbrados por Podemos y han decidido abandonarnos y tomar una salida individual que daña al proyecto colectivo. Una ceguera causada por la idealización, cercana al enamoramiento, de nuevos fenómenos sociales que se analizan sin el menor atisbo de crítica. ¡Como si uno no pudiera reconocer lo que supone Podemos sin tener que engrosar sus filas o plantear al mismo tiempo sus inconvenientes y errores! El daño a la izquierda marxista es grande, pero de ningún modo determinante o definitivo.

En estos años de militancia he luchado también contra el neocarrillismo y contra los anticomunistas, que a veces van de la mano. ¿Recuerdan la alianza madrileña en las últimas elecciones municipales? El neocarrillismo propugna una salida puramente institucional, centrada en las elecciones, y en eso en nada se diferencia de Podemos. El neocarrillismo se embadurna de retórica ortodoxa vacía de contenido y se envuelve en banderas de patriotismo cuando detrás lo que hay es lo de siempre: deseos indisimulados de ser la izquierda del régimen, bien sea para cogobernar con el PSOE bien para sostener a las cúpulas sindicales en sus regresivos pactos con la patronal. Un neocarrillismo que a veces se dice comunista pero que vive de un marxismo fosilizado y simplista, alérgico al estudio y aún más a la estrategia política. Un neocarrillismo que niega la crisis de régimen y desconfía de las movilizaciones no sindicales (15M, Rodea el Congreso, PAH…). ¿Recuerdan qué dijeron algunos patriotas sobre las acciones del SAT o sobre Rodea el Congreso? En definitiva, un neocarrillismo que dice querer fortalecer IU pero sólo trabaja para constituirla definitivamente como partido clásico en el que las células vivas del PCE queden prisioneras y ahogadas.

Por todo ello, en estos momentos en los que nuestro país se juega tanto, un orden social y las formas de vida de las próximas generaciones, muchos vamos a dar la batalla. Pues un mundo mejor requiere instrumentos adecuados para construirlo. Daremos la batalla para no dejar al alma podemita o al alma neocarrillista esta organización. La batalla para que la militancia tome la palabra. La batalla para que IU vuelva a ser lo que nunca debió de dejar de ser: un organismo vivo, un movimiento social de carácter republicano, feminista, ecologista y democrático-radical, un instrumento para la transformación social, una organización que continúe el hilo rojo de la historia. Y un espacio desde el que el PCE pueda desplegar su mejor tradición: la de Pepe Díaz y la unidad popular. Y es que algunos somos, mal que pese a tantos, comunistas.