Hace un mes, y antes aún más, teníamos la sensación de que la izquierda había tirado la toalla en Francia. El Partido Comunista Francés dudaba entre apoyar a Mélenchon o acudir por separado a las elecciones. Finalmente tomó la decisión razonable: sumar fuerzas. Y tras una campaña extraordinaria, coexistiendo con la descomposición del Partido Socialista Francés, situaron a la izquierda en la frontera que cambia la historia. Ha faltado muy poco pero no ha sido posible. La segunda vuelta contará con un representante neoliberal de las altas finanzas y también con la representante del (neo)fascismo. Un panorama aterrador, en el que no hay opción buena para las clases populares. Aun así, la historia no ha terminado. En el marco de implosión de la UE, la socialdemocracia rota y la extrema-derecha en alza, es una esperanza que la izquierda antiglobalización se esté recomponiendo. Es la única opción para el futuro.