El periodista de ElConfidencial.com Peio H. Riaño me pidió elegir un autor cuya obra estuviera presente en el Museo del Prado, con el objetivo de usarlo para reflexionar sobre la actualidad política. Escogí a Goya para reflexionar sobre la modernidad y nuestro tiempo actual, hipermoderno. Para justificar mi elección, escribí el siguiente texto.

Goya es un autor complejo, que vivió entre dos mundos. Nace a mitad del siglo XVIII, época absolutista, y muere en 1828, con el liberalismo y las incipientes ideas ilustradas entrando en España. Su vida y su obra refleja en una medida importante ese espacio social y político de transición, con todas sus contradicciones.

El grabado de El sueño de la razón produce monstruos, de 1799, es una representación muy clara de la tradición de la ilustración y del desarrollo de la modernidad. Nos invita a arroja luz sobre los espacios de oscuridad, es decir, nos llama a acabar con la ignorancia, con la falsedad, y con las creencias irracionales en las que suelen esconderse las viejas instituciones religiosas y los absolutismos. La razón aparece, entonces, como el lenguaje universal que traerá la liberación. Además, lo hará de forma inevitable. No en vano, la inquebrantable fe en el progreso es hija directa de la Ilustración y la modernidad.

Sin embargo, esa creencia absoluta en la razón y en la modernidad hará que los Estados-nación que primero lleguen a defenderlas –como el francés- opten por modernizar al resto del mundo, así sea con sangre. Un nuevo tipo de imperialismo, moderno, surge en el mundo. Goya percibe en persona la contradicción de todos esos procesos de transformación social. Y comienzan las primeras dudas sobre la modernidad, sobre esos instrumentos técnicos que han venido a mejorar el mundo y que sin embargo están siendo claves en las matanzas y el dolor. Los Fusilamientos de la Moncloa son probablemente el punto de inflexión, momento a partir del cual esas dudas se visualizan también en su obra. Pero también todas las barbaridades que refleja en sus grabados sobre la Guerra de la Independencia.

En cierta medida, esas dudas sobre la modernidad se han extendido hasta niveles impensables en aquellos años. La Segunda Guerra Mundial fue, probablemente, el punto más evidente de que la razón instrumental podía llevar a lo mejor y a lo peor. Quebrada la fe del progreso devino el final de la modernidad, y entraron en crisis todos los proyectos nacidos con la modernidad. Entre ellos, el concepto de izquierda. Y es que incluso el socialismo es hijo de ese pensamiento ilustrado que Goya abraza para después desconfiar, expresado muy bien en el materialismo histórico: un mundo que avanza irremediablemente hacia una sociedad sin clases.

Tras aquellas conmociones del siglo XVIII, Goya se refugió en una religión intimista. El ejemplo de San Pedro mártir en oración. Una especie de retirada espiritual empujada por la resignación. Algo que creo que la izquierda, en cierta medida, ha hecho también en las últimas décadas. Una izquierda que hoy evoca la resistencia, pero que no nos interpela con claridad sobre el futuro. El marxismo, que sigue siendo el mejor instrumental analítico para entender nuestra sociedad, en muchas organizaciones ha quedado fosilizado precisamente por la actitud melancólica y resignada de sus aparatos.

Dice Fredric Jameson que hoy es más difícil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Probablemente refleja con acierto el imaginario social actual. Yo que creo que nuestro reto principal es conseguir elaborar una nueva visión en la izquierda; una nueva cosmovisión que entienda la necesidad de superar un sistema económico criminal y en un contexto caracterizado por un sistema que ha llevado hasta el límite la lógica mercantilizadora; un sistema que más que posmoderno es hipermoderno.

Es verdad que ese repensar de la izquierda requiere abandonar la fe en el progreso lineal, así como hacerse consciente de que muchas de las tecnologías que venían a ayudarnos se han convertido en nuestras amenazas a escala planetaria, que nos han llevado a una sociedad de riesgos –expresión de Beck. Pero también creo en la necesidad de recuperar los valores iluministas de la modernidad, para huir de la ignorancia, de la falsedad y de la demagogia. Pues es verdad que la modernidad tiene su cara oscura, pero también es la madre de la democracia, el Estado Social, los Derechos Humanos y los avances sanitarios. Así, la respuesta de la izquierda no es el populismo y la desconfianza en las masas; la respuesta es el marxismo crítico sin dogmas ni catecismos, y un horizonte socialista-republicano.