Creo que todo el mundo es consciente de que la juventud de hoy en día es de una naturaleza bastante conformista, y que esto afecta tanto a las filas de la izquierda como de la derecha. Una inmensa mayoría de jóvenes no se muestran interesados por la política, apenas leen más allá de lo que es necesario para desenvolverse en sus entornos, y se dejan llevar por las corrientes sociales que en cada época son moda.

Muchas son las veces que he escuchado la famosa cita de que quien no es revolucionario de joven no tiene corazón, y que quien lo sigue siendo de mayor no tiene cabeza. Esta máxima, tramposa si no alcanzamos a entenderla bien, puede servir de punto de partida para un debate que nos aporte luz en la tarea de entender qué podría explicar lo que está ocurriendo en la sociedad con nuestro colectivo, los jóvenes. Se trata de un enfoque atípico: que ilumina el fondo de la cuestión y discute, en cierta medida, sobre conceptos y métodos.

Un falso trade-off

La mencionada frase pretende hacer ver una falsa disyuntiva entre el corazón y la cabeza. Así, aceptándola como válida existiría una relación de sustitución entre ambos conceptos. Cuanto más usásemos el corazón (entendido como mezcla de afecto e ideas), menos estaríamos haciendo uso de la cabeza (entendida como uso de razón).

Tener corazón significa tener en nuestro haber una serie de valores morales y unos criterios éticos con los que valorar nuestro actuar. En nuestra frase se da por entendido que estos valores son los que se corresponden con los de solidaridad, libertad, igualdad, etc. típicos de los movimientos revolucionarios históricos. Por el contrario, tener cabeza no es más que dotar de coherencia lógica nuestros pensamientos y nuestras acciones, pero sin valorarlas moralmente; usar la razón, en definitiva.

La disyuntiva es, como decía, falsa. No pueden ser conceptos sustitutivos. La razón es una herramienta, mientras que las ideas son un fin en sí mismo. La razón no puede operar en el vacío; necesita precisamente de ideas que delimiten su marco de operación.

Hechas estas precisiones introductorias, diré que en mi opinión los jóvenes hemos caído en la trampa (hemos sido educado para ello) al pensar que existía verdaderamente un trade-off entre ambos conceptos, y hemos cedido así casi todo el espacio del corazón a la razón. En aras del posibilismo y de la madurez hemos sacrificado nuestra parte emocional para dar espacio a lo que en cada momento es lo racional. Hemos apagado nuestras vidas y las hemos vuelto frías. Pero, siguiendo nuestro argumento anterior, esto sólo ha sido posible porque la razón impuesta ya no era sólo una herramienta, sino que había alcanzado la categoría de fin. En realidad, la razón que ha sustituido al corazón era, y es, ideología.

La racionalidad, ¿una herramienta ideológica?

La racionalidad es necesaria, y lo es especialmente como arma para enfrentar los dogmas que aspiran gobernar nuestras vidas, pero en ningún momento podemos olvidar que estamos hablando de una simple herramienta y no un fin en sí mismo. Por su propia naturaleza, la racionalidad puede ponerse al servicio de la causa más justa o de la más cruel. De hecho, históricamente ha servido en la ciencia tanto para descubrir la penicilina como para construir la bomba atómica. Ambos procesos científicos han sido racionales.

Pero a los jóvenes no nos han explicado esto jamás. En nuestra educación ha primado una especial atención hacia lo científico y el uso de la razón, pero sin observar en ningún momento sus limitaciones y características. En consecuencia, hemos desarrollado un fortísimo espíritu ateo que ha producido un cambio radical en la tradicional estructura religiosa de nuestra sociedad. Sin embargo, también se ha producido una desideologización muy pronunciada, al ver cómo se separaba lo científicamente “aséptico” de lo “contaminado”, la verdad científica de la verdad emotiva, lo positivo (el cómo es) de lo normativo (el cómo debe ser).

La desideologización adquiere gran sentido desde este enfoque. Si con la razón, una herramienta limpia de intereses políticos, vamos a poder alcanzar todos nuestros objetivos, tanto personales como comunitarios, ¿para qué necesitamos una ideología?

Esta aparente fragmentación es, por supuesto, completamente ilusoria. La racionalidad se inscribe siempre como herramienta para desarrollar un modelo, pero éste está determinado por la ideología dominante. Esto quiere decir que lo racional adquiere esa categoría cuando responde de forma correcta a los criterios previamente definidos por la corriente de pensamiento dominante en ese momento histórico.

Por lo tanto, nos dicen que la racionalidad es una simple herramienta, como efectivamente es, pero se olvidan de advertirnos que la suya está encadenada a su modelo ideológico. Su razón, la misma que nosotros hemos interiorizado creyéndola aséptica, está al servicio de intereses ideológicos muy concretos.

En la Ciencia Económica se puede percibir esta cuestión con bastante facilidad cuando analizamos el presunto comportamiento racional de un consumidor. El comportamiento es descrito como racional siempre que responda a unas premisas básicas que se han establecido de acuerdo con una visión de la condición humana muy concreta. Cuando un consumidor actúe de forma egoísta a lo largo de un proceso económico, por ejemplo, será descrito por la teoría económica como agente racional. Si actúa de una forma diferente, se sale del modelo y no cuenta. Si aceptamos jugar con estas reglas estaremos aceptando implícitamente, entre otras cosas, que la condición del ser humano se reduce a unas cuantas premisas simplistas que, además carecen de fundamento científico alguno.

A la hora de enfocar nuestras propias vidas ocurre igual. La visión que nosotros tenemos de lo que queremos ser y de cómo queremos vivir, visión nutrida ya sea por las experiencias propias o por influencias externas, sólo será racional si responde a lo que la sociedad espera de uno. Y cuando hablamos de sociedad nos referimos, obviamente, al mercado.

Para un recién graduado en bachiller no será racional escoger estudiar la carrera de “Historia” porque el mercado apenas demanda historiadores y, en la medida en que lo hace, el riesgo asumido es excesivamente grande. De la misma forma, militar en partidos políticos o en asociaciones juveniles no es racional salvo que la entrada en las mismas esté motivada por incentivos suficientes. ¿Quién dedicaría su tiempo a defender una causa con la que no obtendrá ningún beneficio (económico) personal o para la cual, en el mejor de los casos, ya se postularán en su defensa otros, pudiéndose aprovechar uno mismo de los resultados igualmente?

En definitiva, la visión racional de la sociedad es una visión ideológica y en ningún caso limpia de sesgos. Los jóvenes caemos en el engaño de creer que siendo racionales no estamos posicionándonos políticamente o que, en todo caso, lo estaremos haciendo correcta y científicamente.

Las consecuencias políticas en la juventud

Sin embargo, lo cierto es que aceptar la racionalidad no-crítica como herramienta de solución para los problemas es, lógicamente, una forma de reforzar el status quo. Es aceptar un modelo impuesto desde fuera con unas determinadas intenciones ideológicas, y trabajar en él.

Por ello es necesario fomentar en la educación el uso de la racionalidad crítica, aquella capaz de cuestionar en todo momento incluso el modelo en el que opera. Para estar atento a las manipulaciones de toda índole.

Marx ya acertó cuando escribió que la ideología dominante era la ideología de la clase dominante. Los jóvenes han asimilado e interiorizado la forma de pensar y comprender el mundo de las corrientes de pensamiento dominantes, y entienden que esa es la única forma de enfrentarse a los problemas de la sociedad actual.

Los jóvenes (y también los que no lo son) establecen una clara división entre lo político, lo económico y lo científico. Son partidarios de que los economistas y los científicos sean las pequeñas elites que gobiernen el mundo; entienden que son los únicos capacitados para ello. Han cedido el espacio de poder que les correspondía porque entienden que unos técnicos apolíticos pueden hacerlo perfectamente en su lugar.

Pero tanto lo económico como lo científico son conceptos también políticos. De la misma forma que un científico investigará aquello que es rentable para el mercado, pues ese es el único criterio de quienes financian la investigación, el economista sólo tomará aquellas medidas que respondan correctamente a su modelo. Estarán haciendo ideología mientras aseguran que es ciencia.

Y sin ideologías, los jóvenes construimos nuestras vidas sin atender a otra cosa que no sean ideas vacías de racionalidad y posibilismo. Encadenamos nuestro destino con el del sistema, y somos especialmente sensibles a sus vaivenes. Pero, lo más grave, es que precisamente por nuestra falta de ideología no hacemos nada por convertirnos en dueños de nuestro propio futuro.