Los economistas que nos movemos por eso que se ha venido a llamar la economía crítica sufrimos no sólo la marginación en las facultades y otros lugares como los medios de comunicación, sino también la continuada e insoportable arrogancia de nuestros adversarios. La creencia de estos últimos en que están en posesión de la verdad absoluta, unido a la hegemonía política que mantienen desde hace décadas, los lleva a despreciar todo intento de interpretar la realidad en códigos distintos a los suyos.

La ilusión de considerar la ciencia económica como una ciencia pura y aséptica los ha conducido al punto de considerar que todos los que no lleguen a las mismas conclusiones que ellos son simples charlatanes que no saben economía. «Economics is superior. Don’t let political science contaminate us!» reclamaba hace poco un estudiante liberal de posgrado ante la concesión del Nobel de Economía a una economista que tenía presente factores políticos en sus estudios.

En un grado de dogmatismo sólo equiparable al mantenido por la cúpula «directiva» de cualquier religión, hoy en día la mayoría de ellos no aceptaría como economistas ni a Adam Smith ni a David Ricardo, y mucho menos a Karl Marx. Muchos de ellos, además, piensan que los actuales modelos alternativos a los neoclásicos no son verdaderos intentos de comprender la economía, sino simple ideología. Y eso aquellos que al menos los conocen. Lo normal es, sin embargo, que tras treinta años de pensamiento único imperante en las facultades de economía la inmensa mayoría de antiguos y nuevos estudiantes desconozca que existen alternativas perfectamente válidas a las que estudian o estudiaron.

Un ejemplo de ayer mismo. Alguien subió a la red social meneame.net mi anterior nota sobre la subida o bajada de salarios en España. Fue «derribada» por considerarse errónea, y muchos de los comentarios allí publicados venían a concluir que el autor, es decir, yo, no tenía ni idea de economía y que se limitaba a escribir «patochadas». Unas opiniones nada nuevas, ya que en numerosas ocasiones he visto cómo estudiantes y profesores e incluso gente ajena al mundo de la economía, todos los cuales sólo han visto el modelo neoclásico, se atreven a decir que los que opinamos distinto no somos más que políticos incapaces de aceptar la realidad. Aunque nosotros hayamos tenido que doblar esfuerzos y estudiar tanto sus modelos como los «nuestros».

El tema de la nota de los salarios es particularmente sangrante, porque en realidad lo único que hacía en ella era exponer unas tesis de los economistas A. Bhaduri y S. Marglin, ambos de reconocido prestigio internacional, y recordar las conclusiones de otros estudios al respecto. Nada les ha importado a muchos de esos economistas liberales o aficionados a la economía liberal, porque reaccionaron como si quienes proponen dichas tesis fueran unos incultos cualesquiera.

Todo esto demuestra que nuestra labor como economistas críticos tiene que ser también una labor divulgadora. Aunque tras décadas de manipulación y engaño liberal es muy difícil encontrar un hueco desde el cual poder comunicar nuestros análisis, necesitamos trasladar la verdadera economía (la plural, la que depende de matices, la que tiene ganadores y perdedores y opera con una variable clave: el poder) a la gente común y corriente. Porque somos todos los que padecemos sus efectos.

Nos insultarán porque a menudo es su única salida, pero nos tiene que dar exactamente igual. Y siempre se mostrarán arrogantes aunque la realidad los decepcione una y otra vez. Qué le vamos a hacer. Desgraciadamente no podemos presuponer humildad y honradez en una profesión como la nuestra.