Esa es mi opinión. Y este extraordinario artículo de Periodismo Humano apoya con fuerza mi tesis, ya que señala que la dinámica de determinadas acampadas está ahogando al movimiento y expulsando a mucha gente del mismo. Las acampadas han pasado de ser un elemento que catalizaba el apoyo al movimiento 15-M a ser un cáncer que amenaza con carcomer y destruir definitivamente el tejido social que lo compone.

Si las acampadas tienen una función respecto al movimiento 15-M también tienen formas de evaluar si están haciéndolo bien. Y el hecho de que se bloqueen sistemáticamente propuestas, se pongan en tela de juicio los sistemas de votación y los procesos de dinamización de los debates, e incluso que cada vez haya más gente que abandona el barco debería llevar a reflexión. Y hay varias soluciones posibles, pero todas pasan por desmantelar esos campamentos que en algunos casos se han convertido en parques temáticos sin sentido.

El movimiento 15-M tiene muchos éxitos ya a sus espaldas, y el primero de ellos es haber puesto a muchísima gente a discutir sobre temas de importancia mayúscula. La creación de tantas comisiones y asambleas de barrio están sirviendo para reactivar la ilusión y poner en común ideas y propuestas de nuevas formas de entender la sociedad. Además están sirviendo también para recuperar espacios públicos perdidos, y para permitir que la gente «desconectada» se vuelva a conectar entre sí y con su entorno. La comisión de economía de Sol, por ejemplo, ha llegado a elaborar una lista de propuestas concretas que son el resultado de un gran trabajo común. Y todas las comisiones avanzan de forma satisfactoria aunque a diferentes ritmos. Esas nuevas redes sociales perdurarán mucho más tiempo, ofreciendo alternativas, y ojalá nunca se agoten. Están sirviendo para crear base social y podrían ser el germen de proyectos mucho más ambiciosos. No hay que olvidar que paralelamente están operando movimientos como Democracia Real Ya y las Mesas de Convergencia, todos ellos con los mismos fundamentos y no en vano ya en gran parte entremezclados.

Pero el desarrollo de las comisiones no puede depender del desarrollo dudoso de unas acampadas que parecen haberse desvirtuado demasiado. En algunos casos incluso la inercia de las acampadas choca contra el trabajo de las comisiones. Un ejemplo. El sábado pasado participé en la Acampada de Málaga en una sesión sobre la crisis de deuda pública que organizó la comisión de economía de Málaga. Logramos que muchísima gente que por allí pasaba se quedara a escucharnos, y en los últimos minutos éramos claramente más de cien personas. Pero antes de que pudiéramos terminar la sesión algunos elementos de la acampada, visiblemente borrachos, nos increparon y nos instaron a terminar para que pudiera comenzar un concierto punki. Tuvimos que detener el acto y después de que gente del público les reprochara con absoluto acierto su actitud pudimos continuar un rato más. Pero aquella anécdota reflejó las diferentes concepciones de para qué tiene que servir una acampada nacida al calor de movilizaciones políticas.

Creo que es más que evidente que en diferentes acampadas hay minorías que se han encerrado en sí mismas (el caso espectacular es quizás el de Madrid) y no van a dar su brazo a torcer. La mayoría de las comisiones están reclamando el desmantelamiento. ¡Y con razón! Todo el tiempo y energía que se está utilizando en decidir qué hacer con la acampada podría emplearse en mejores tareas de naturaleza política y no festiva.

Por suerte las comisiones se saben independientes y siguen funcionando en los márgenes de las acampadas, a la espera de ver qué sucede finalmente. La idea es que deben primar las comisiones, las asambleas de barrio, los puntos de información y sobre todo las manifestaciones. Creo que esa es la opción preferible: establecer vínculos entre las comisiones y asambleas de barrios que están funcionando y desvincularse del futuro de las acampadas. Si una minoría con aspiraciones marginales quiere bloquear el desarrollo del movimiento e imponer su opinión eso no debería afectar al extraordinario trabajo que miles de personas están realizando por toda España.