Uno de los aspectos que más llaman la atención de la teoría económica convencional es su falta de referencia a lo que clásicamente se considera son «las clases sociales». Por motivos metodológicos, la teoría económica convencional prefiere analizar la realidad social a partir de la dicotomía consumidor-productor, mientras que la teoría marxista (y otras de herencia más clásica) prefieren utilizar la división capitalistas-trabajadores. En todo caso no es sólo una cuestión terminológica, ya que hacen referencia a entidades completamente distintas.

Los marxistas buscan comprender la realidad social y, más concretamente, el funcionamiento del sistema económico capitalista. Un sistema éste que es una forma posible, entre muchas, que tiene una sociedad para organizar su produción, distribución y consumo. Sin embargo, cualquier científico social sabe que analizar la sociedad observando a los individuos uno a uno es un imposible. Es necesario hacer un proceso de abstracción teórica, es decir, se trata de reducir el sistema estudiado a elementos analíticos más simples pero que mantengan las propiedades generales.

Tanto los economistas convencionales como los marxistas anclan el estudio del individuo en el proceso de producción de bienes y servicios, en la actividad económica. Los primeros reducen la masa de individuos a dos tipos posibles: productores (generan bienes y servicios) y consumidores (agotan esos productos producidos). A partir de ahí levantan toda su teoría económica. Los marxistas, por el contrario, analizan el proceso de producción desde una perspectiva más clásica (en referencia a los economistas clásicos: A. Smith, D. Ricardo, etc.) y con especial atención al excedente, concluyendo que, en el grado máximo de abstracción, hay dos clases sociales posibles y que además tienen intereses contrapuestos: trabajadores y capitalistas.

Este análisis técnico y perfectamente riguroso ha sido históricamente trasladado al plano político en múltiples formas, dando lugar a un gran número de confusiones. Las circunstancias históricas, las estrategias políticas y un dogmatismo profundo tanto en la derecha como en la izquierda ha dado lugar a la creencia generalizada de que sólo se puede estar en uno de los dos bandos. O se es un trabajador que busca la revolución, o se es un capitalista explotador.

El capitalismo moderno es sustancialmente diferente al capitalismo que estudió Marx, el economista que mejor describió el sistema económico en el que vivimos. Las capacidades técnicas han cambiado muy notablemente, y con ellas también las formas en la que se configura la sociedad. Si nunca fue fácil detectar capitalistas y trabajadores en la realidad social, hoy aún lo es menos, al menos en su forma canónica. Ese es, precisamente, una de las acusaciones más habituales contra el marxismo: es una forma de mirar una sociedad que ya no existe.

Sin embargo el marxismo es una herramienta analítica de increible envergadura, y que a partir de su abstracción más profunda (la relación técnica que existe entre propietarios de medios de producción y empleados) es capaz de desarrollar explicaciones precisas de la realidad concreta (lo que diríamos que es el día a día, la vida cotidiana).

En los últimos años ese ha sido el trabajo de numerosos economistas de formación o inspiración marxista. Desde los marxistas más ortodoxos hasta los marxistas analíticos, pasando por los economistas de la escuela de la regulación, todos han intentado explicar la realidad social actual a partir del desarrollo de la dicotomía capitalistas-trabajadores.

A continuación, usando el esquema de A. Martínez González Tablas (2007), voy a mostrar un ejemplo de este proceso de concretización o, dicho de otra forma, un desglose de las dos clases sociales que componen el capitalismo.

Recordemos antes que los capitalistas son, en sentido estricto, los propietarios de los medios de producción. Dedican su riqueza a invertirla en el proceso productivo y así reproducir la misma en una escala mayor (consiguiendo el crecimiento económico). Los trabajadores son aquellos individuos que carecen de medios de producción y que necesitan vender su fuerza de trabajo para poder sobrevivir (a través de los ingresos que dedicarán al consumo). A partir de estas dos categorías abstractas se derivan las siguientes puntualizaciones concretas:

  1. Capitalistas parasitarios. Son aquellos cuya riqueza no es utilizada para producir bienes y servicios para la sociedad. Son ricos cuya riqueza aumenta por vías no vinculadas a la actividad económica.
  2. Capitalistas de capital ficticio. Son aquellos que tienen títulos de propiedad (acciones, por ejemplo) sobre alguna empresa que sí reproduce la riqueza de una sociedad. Sin embargo, no han sido los sujetos que aportaron los fondos iniciales para comenzar la propiedad productiva, y aunque dotan de liquidez a las empresas no están ligados a ellas más que de una forma especulativa. Sus intereses no están vinculados a los intereses a medio plazo de la empresa, es decir, un posible proceso de inversión que amortice en varios años puede ser contraproducente con los intereses de este tipo de capitalistas. Un ejemplo son los fondos de inversión: entidades con una lógica de maximización de la rentabilidad en todo activo financiero y que se desentienden del destino final de la empresa en la que se mantiene la propiedad (a menudo de forma muy breve).
  3. Capitalistas proveedores de fondos (de propiedad o de crédito). Son aquellos cuyos intereses están vinculados a la empresa. Obtienen ingresos de los intereses o dividendos. Son el clásico ejemplo del capitalista del siglo XIX al que se recurría para obtener recursos en alguna nueva empresa, y que se mantenía al tanto de la evolución de la misma.
  4. Capitalistas activos (en un sentido de control). Tienen títulos de propiedad y además gestionan la empresa.
  5. Cuadros, gestores o ejecutivos. Carecen de títulos de propiedad relevantes y en un sentido estricto son asalariados con gran capacidad de gestión sobre la empresa. Además, suelen ser retribuidos con formas financieras que vinculan los resultados de las acciones a sus ingresos (como las stocks options).
  6. Asalariados de cuello blanco. Se encargan de tareas de supervisión, organización, diseño, etc. en el marco de la empresa.
  7. Asalariados de cuello azul. Son los más vinculados directamente a la actividad productiva.

La utilidad de pensar la sociedad a través de este enfoque es múltiple, como veremos en los próximos días en este blog. Pero ante todo, hay varios elementos clave que me parece importante señalar. En primer lugar, esta estructura social es jerárquica, es decir, hay clases dominantes y clases dominadas. En segundo lugar, los conflictos entre las fracciones de clase son factibles, comunes y poderosos. En tercer lugar, la resolución de tales conflictos determina el modo y forma en que se desarrolla el sistema económico capitalista. En cuarto lugar, la cohesión de las diferentes fracciones de clase depende de la conciencia de clase, es decir, de la percepción de que entre un determinado grupo de individuos se mantienen intereses comunes. En quinto lugar, ninguna institución (Estado, bancos centrales, educación, teoría económica, etc.) opera en el vacío, sino que es también escenario del enfrentamiento entre las diferentes clases sociales y sus fracciones. Y en sexto lugar, la distribución de la renta es la cristalización final de la evolución de estas luchas.

El enfoque marxista, por lo tanto, hunde su raíz en el rigor analítico del estudio del excedente que se genera en la actividad económica, pero se complementa con el concepto de poder. Es a partir de estas herramientas como mejor podemos entender, en mi opinión, los devenires de nuestra sociedad.

Un vistazo a la actualidad política a partir de esta lente nos recordará que las clases sociales existen, que el análisis marxista es mucho más preciso que cualquier otro a la hora de revelar la realidad social, y que las luchas entre las distintas fracciones están a la orden del día. Lo vemos en España cuando los sindicatos de (des)organizan, cuando la patronal se posiciona conjuntamente, como dentro de la propia patronal surgen también disputas importantes (por ejemplo, al respecto del plan de ajuste que reducía la inversión pública: las empresas de la construcción se mostraron en contra, frente a un algarabío generalizado), etc.