Tras la noticia sobre las candidaturas de IU para las elecciones generales, que se ratificaron ayer, se ha difundido una información que no es veraz. Aunque los medios lo presentan así, lo cierto es que ni la compañera Adoración ni yo nos hemos autoproclamado en ningún momento representantes del movimiento 15M. A falta de saber definir con precisión qué es el 15M, hay una cuestión evidente: no es un movimiento que tenga representantes legítimos. Esto es algo tan obvio que confío en que ninguna persona que haya participado honradamente en las asambleas del 15M haya creído lo contrario.

Adoración y yo hemos participado en el movimiento 15M porque estábamos indignados con la situación actual, pero eso no significa que fuese mayo el mes en el que nuestra indignación comenzase. Somos jóvenes, sí, pero ya tenemos una trayectoria política que no se limita a cinco meses de activismo. Yo era activista de ATTAC desde varios años antes, y de Izquierda Unida desde 2003. Basta ver esta web para comprobar que mis ideas eran las mismas desde que la saqué a la red, allá por 2005.

Hay que insistir: Adoración y yo participamos en el movimiento 15M como tantos otros ciudadanos, es decir, a título personal. Y aunque al menos en mi caso he participado en sesiones de formación organizadas por las asambleas del 15M, lo he hecho siempre como ciudadano economista. Ni como representante de ATTAC ni como militante de partido político.

La compañera Adoración me ha pedido que ayude a difundir un escrito que ha elaborado al respecto. Y por supuesto, yo suscribo sus palabras. Si alguien quiere saber lo que opino acerca del 15M, que lea esta anotación.

Las razones de un compromiso

Nos encontramos en un momento de emergencia económica, social y política, una grave crisis de legitimidad de los gobiernos en el que la brecha entre las formas tradicionales de gobernar y la ciudadanía se ha convertido en abismo.

Las razones vienen de lejos y son claras: los partidos conservadores y socialdemócratas en Europa han asumido una agenda neoliberal de desmantelamiento del Estado del Bienestar, haciendo descansar las consecuencias de la interminable crisis financiera en las espaldas de los y las trabajadoras, y van camino de destruir las conquistas sociales fundamentales conseguidas durante muchos años de esfuerzo colectivo.

La más reciente representación de esta realidad ha sido la reforma de la Constitución, que no sólo es ilegal, por no haber seguido el cauce del procedimiento agravado, sino también ilegítima. Pero esta reforma, realizada por un pacto de los partidos mayoritarios y sus esbirros de espaldas a la ciudadanía, ha sido sólo una de las consecuencias, acaso la más llamativa, de la asunción por estos partidos del dogma neoliberal. Desde el Pacto del Euro, la técnica de imposición de planes de ajuste a Portugal, Grecia o España nos están conduciendo por una senda muy similar a aquella impuesta por el Fondo Monetario Internacional (FMI) a América Latina durante los años ochenta, con los consabidos desastrosos resultados. La intensificación de los recortes sociales que hemos vivido en el verano de 2011 nos ha llevado a una situación de verdadera emergencia que se ha agravado con la desnaturalización de la Constitución española, que una vez neoliberalizada ha dejado de ser representativa de ningún consenso social y se ha convertido en una norma que va a permitir acentuar las vías para producir recortes sociales y desempleo.

En medio de esta oscuridad, desde el mes de febrero de 2011 se produjeron pequeños movimientos sísmicos en la realidad social hasta llegar al terremoto de mayo. En pocos meses, se ha pasado del descontento privado a la indignación pública, que ha transformado la pasividad en rebeldía y acción, provocando un momento histórico de desbordamiento democrático. Los ciudadanos y ciudadanas reclaman desde las plazas y las calles cambios profundos en nuestra democracia enferma.

Pero los partidos gobernantes han ignorado las exigencias ciudadanas y las condiciones económicas y sociales que nos imponen siguen empeorando día tras día. Es más necesario que nunca el compromiso decidido por el cambio social, en las calles fundamentalmente, en los movimientos sociales y sindicales y también con las fuerzas políticas que se comprometan a llevar ese cambio en las instituciones, porque la regeneración política y la reforma institucional son pasos fundamentales que hay que ir dando de manera paralela a la movilización social.

La regeneración política, esa nueva y necesaria manera de entender la política, requiere tanto una regeneración generacional, con el compromiso y el paso al frente de los jóvenes, como otras formas de actuar. Las nuevas formas de acción política deben realizarse desde abajo, con compromiso de trabajo y obediencia a la ciudadanía, sin apego al cargo, vinculándolo siempre a la voluntad ciudadana y a las propuestas programáticas, firmando un revocatorio personal, una dación de cuentas permanente… siendo, en definitiva no un portavoz ni un representante del movimiento existente en la calle sino más bien un altavoz del descontento generalizado que obligue mediante la denuncia constante a que las instituciones se pongan al servicio de la ciudadanía.

La regeneración política exige igualmente una profunda reforma institucional en todos los niveles, desde la ley electoral hasta el funcionamiento y configuración de las Cámaras, y muy en particular del Senado. Los orígenes del Senado son ciertamente feos y la impronta de “estamento de próceres” no se ha eliminado en la actualidad puesto que sigue siendo utilizado por los partidos mayoritarios como cementerio privado de elefantes, con un sistema de elección a su medida que les asegura las mayorías necesarias para que nadie moleste su inoperatividad e inacción.

El elevado coste del Senado, la condición de políticos profesionales de la mayoría de sus integrantes que además acumulan cargos, su utilización torticera por los partidos mayoritarios para más espurios intereses ha hecho de esta cámara el ejemplo de la deslegitimación institucional y política por excelencia.

Por ello, en este momento, la lucha por la regeneración política debe darse también, y especialmente, en instituciones como el Senado, mediante la denuncia constante de su utilización abusiva por los partidos mayoritarios, de la falta de compromiso con la ciudadanía de sus componentes y de la impostergable necesidad de reformarlo totalmente.

Se ha acabado la permisividad con aquellas formas de los políticos de otra generación que decían impunemente aquello de que “estaban en política para forrarse”, hay que seguir diciendo basta, fuerte y claro, fuera y también dentro de las instituciones. A por ellos entonces.

Adoración Guaman