Publicado en La Opinión de Málaga

En mayo de 2010 el entonces presidente de España, J. L. Rodríguez Zapatero, anunció un plan de duros recortes sociales con los que trataba de satisfacer las exigencias que imponían las autoridades europeas. Así comenzó para nuestro país la explícita obsesión por calmar y contentar a los llamados mercados financieros.

Desde entonces la ciudadanía se ha familiarizado con la prima de riesgo, indicador que refleja la confianza de los mercados en nuestra economía, e incluso con conceptos económicos y financieros notablemente más complejos. Todo ello es el reflejo de una nueva etapa, ya reconocida por todos, en la que los mercados financieros son quienes determinan la política de cualquier país.

Claro que cuando decimos mercados estamos diciendo, en realidad, bancos y grandes fortunas.

Ciertamente un mercado somos todos, pero parafraseando a Orwell algunos son más mercado que otros. No en vano la democracia de un mercado es la que emana de la distribución del dinero: tanto tienes, tanto mandas. Yo puedo participar en un mercado, pero no tengo capacidad de influencia y decisión en comparación con el banco Santander o el multimillonario George Soros. Imaginen una subasta en la que rivalizamos con el señor Botín; eso es un mercado.

El problema es que estos sujetos que se esconden tras el concepto difuso de mercado son por naturaleza insaciables. En realidad a los bancos, y a los fondos de inversión en los que invierten las grandes fortunas, no les interesa la economía de Grecia o España. Y mucho menos la calidad de vida de sus ciudadanos. Lo que persiguen no es otra cosa que los beneficios económicos que surgen de las oportunidades de negocio financiero. En la última década ese negocio ha estado en la burbuja de las empresas tecnológicas que cotizaban en bolsa, en las hipotecas subprime, en la burbuja inmobiliaria, etc. Y ahora mismo el negocio está en exprimir a través de la deuda pública a los países más débiles de una eurozona estrepitosamente mal diseñada.

Cuando los mercados exigen políticas concretas a los gobiernos no lo hacen pensando en nosotros. Lo hacen pensando en sus negocios. Por esa razón a los mercados no les importa dejar la economía como tierra quemada y a la ciudadanía en condiciones de semiesclavitud. Lo que los mercados exigen es que se puedan seguir manteniendo los flujos de dinero que van desde las arcas públicas hasta sus bolsillos. Por eso exigieron cambiar la constitución española y consiguieron declarar en el artículo 135 que la prioridad de nuestro país es el pago de intereses a los acreedores y no el gasto en educación o sanidad. Lo primero es lo primero. Business is business.

Los gobiernos están equivocados si creen que obedeciendo ciegamente a estos mercados se logrará salir de la crisis. De hecho este nuevo tipo de vasallaje nos está llevando a una situación en la que nuestra economía no deja de empeorar. La prima de riesgo sube cada semana un poco más, lo que provoca el anuncio de nuevos recortes. Y esos recortes a su vez generan más crisis y más recortes. Todo ello se cristaliza, no lo olvidemos, en drama social padecido por las personas más desfavorecidas.

No es este esencialmente un problema económico, sino político. La economía es la forma en que se organiza una sociedad para producir, distribuir y consumir, y dicha organización depende de los criterios y las prioridades políticas de los gobiernos. Nuestro gobierno, así como el precedente, ha expresado públicamente que la mejor forma de acabar con la sequía es sacrificar a los ciudadanos. El gobierno espera que así los mercados traigan la lluvia. No hay fundamento, pero así estamos.

Para salir de este agujero lo primero que tenemos que hacer es sustituir la fe por la ciencia y a los chamanes por economistas que piensen en la ciudadanía. Ante los mercados financieros no cabe sumisión, sino rebeldía. No podemos dejarnos organizar por a quien nada importamos.