La realidad económica nos muestra un panorama que a todas luces cumple las «condiciones objetivas» para un alzamiento revolucionario, sea del tipo que sea. En especial España vive una situación dramática, con unos datos de paro y de modelo de crecimiento económico propios de un país subdesarrollado en crisis, y que sólo parece mantenerse temporalmente en pie debido a la inercia del sistema (por ejemplo gracias a las redes familiares y a las prestaciones sociales que no sólo promueven una paz social sino que también son impulsoras de la demanda y, en ese sentido, impiden un desmoronamiento mayor de la economía). La situación de los jóvenes es especialmente ilustrativa: no hay joven que no sea consciente de que con el actual estado de las cosas (acceso a la vivienda y al trabajo, salarios, precariedad y condiciones laborales, etc.) es imposible pensar en vivir una vida digna a medio plazo.

En estas circunstancias es lógico que todos llamen a la unidad de la izquierda para coordinar una salida progresista a la crisis. Incluso aunque en un principio las definiciones importantes (¿qué es la izquierda? y ¿qué tipo de sociedad queremos?) queden al margen. El problema es, obviamente, como conseguir esto y sobre qué bases (teóricas y sociales) hacerlo.

El proyecto de Mesas de Convergencia es el intento más amplio de los últimos meses y con el que estoy más de acuerdo. Representa un intento de canalizar la rabia ante un enemigo (el neoliberalismo) al que se culpa de la evolución regresiva de las condiciones de vida de la inmensa mayoría. Es también un intento de reunir a una izquierda plural evitando ser un proceso dirigido, de tal forma que para ello se han preocupado de que la adscripción al mismo sea a título personal y que los promotores y firmantes representaran un importante abanico ideológico. Y finalmente es un intento que considera que la base social es la ciudadanía, esto es, cualquier persona que comparta los principios que aparecen en el llamamiento y con independencia de su posición socioeconómica.

Por supuesto han surgido muchas críticas. Desde la famosa crítica de que es el enésimo movimiento dirigido por la izquierda clásica -léase comunista- hasta la relacionada crítica de que no se ha invitado a sectores como Iniciativa por Calalunya, EQUO o Izquierda Alternativa, por citar algunos. Sin embargo, la mayoría de esas críticas son infundadas y responden a prejuicios que hay que ir desmontando poco a poco para evitar que contaminen un proyecto que para muchos es ilusionante.

Dicho esto ahora la responsabilidad recae en la gente, que tiene que animarse y participar en este proyecto en el que su voz será verdaderamente escuchada y donde su acción es necesaria. La gente de izquierda no puede limitar su militancia al voto una vez cada cuatro años o a esperar sentados que las organizaciones convoquen una revolución (como si las organizaciones no se compusieran de personas que dedican tiempo y esfuerzo). La gente de izquierda tiene que participar en este proyecto y convencer a sus semejantes para que participen también. De lo contrario seguiremos todos estancados y el cinismo de criticar a los diferentes partidos políticos y movimientos sociales por inactividad continuará.

En el fondo si aspiramos a construir un modelo alternativo de sociedad poco nos tiene que importar el nombre que tome el proyecto a través del cual lo podremos hacer. Hay que fortalecer la vía política y eso sólo puede hacerse mediante la acción y la unión. Así que todos deberíamos firmar ese llamamiento y participar activamente en sus actividades; las críticas, constructivas, tienen que venir desde dentro.