Publicado en ElDiario.es

Según destaca Fontana, las revueltas estudiantiles de los sesenta tuvieron su origen en la “impaciencia y la frustración de jóvenes universitarios” del mundo occidental. Un fenómeno global que va desde la universidad de Berkeley, donde comenzaron las movilizaciones –en el marco de las protestas contra la guerra de Vietnam- hasta las barricadas de Paris, pasando por Alemania, Italia y México entre muchos otros países. Las demandas estudiantiles también fueron diversas, y oscilaron entre la exigencia de nuevos derechos civiles concretos y entre el deseo de “derrocamiento del sistema burgués”, todo ello bajo la fundamental influencia del marxismo, el ecologismo, el feminismo y la llamada “contracultura”.

Pero si una experiencia ha marcado el imaginario político desde entonces, esa sin duda es la del mayo francés de 1968. Lo que empezó con una reivindicación concreta contra una reforma universitaria acabó desarrollándose con la ocupación de teatros y varias manifestaciones masivas por las calles de la ciudad. En este sentido, dos aspectos novedosos de aquel fenómeno merecen una considerable atención: tanto el contenido político como sus formas.

Los estudiantes franceses, al igual que ocurría con los de otros países –especialmente los estadounidenses-, no estaban ciertamente preocupados por sus condiciones materiales de vida (empleo o vivienda) sino por elementos políticos relacionados con los derechos civiles –especialmente vinculados a la sexualidad y al pacifismo. En Paris la revuelta comenzó con la aprobación de una ley educativa y la prohibición de las residencias universitarias mixtas, y fue sólo en el desarrollo de los acontecimientos cuando diversas facciones comenzaron a hablar de aspectos vinculados al empleo y las condiciones de trabajo. En este sentido el movimiento situacionista, de mayor recorrido intelectual y profundidad teórica, apenas tuvo influencia en las revueltas. Y la izquierda institucional, cristalizada en el Partido Comunista Francés y la Confederación General de Trabajadores, acabó aislando la lucha laboral de la lucha estudiantil.

En relación a las formas, los jóvenes de los sesenta “se erigían independientes de las estructuras políticas y de los referentes ideológicos del momento” . Además, mostraban fuertes reticencias ante los sindicatos, a los que se tachaba de reformistas, burocratizados y conservadores. Estos rasgos reflejaban que la movilización no sólo incluía el perfil del “militante” sino que se nutría muy especialmente de “jóvenes espontáneos”. Esto está vinculado con el hecho de que el dispositivo que amplificó las protestas fue, en casi todas las experiencias, la represión policial. La reacción de unos gobiernos que no estaban preparados para aquellas movilizaciones fue lo que desencadenó un claro sentimiento de identificación y solidaridad en otras esferas de la sociedad, elevando así el alcance de la protesta original. Esos hechos provocó que se unieran a la causa “una masa desorganizada, apolítica o muy poco politizada, pero que encuentra bruscamente en la revuelta en danza un medio de expresar sus temores, sus rechazos y sus sueños”.

A tenor de estas breves descripciones puede esgrimirse que las formas de aquellas revueltas estudiantiles guardan una estrecha vinculación con una movilización, la del 15-M, que, además de tener un perfil marcadamente juvenil, encuentra su origen manifiesto en el “desalojo por parte de las fuerzas policiales de un grupo de manifestantes en la Puerta del Sol” y que se visualiza a sí misma como “estallido del pueblo”. Por otra parte, el movimiento del 15-M considera que la “actividad política está profesionalizada y privilegiada” y que la “democracia está desconectada de la ciudadanía”. Este rehuir de las formas de participación política tradicional es sin duda un rasgo común entre ambos tiempos, lo que se suma a un evidente proceso de politización, aunque más allá de las paredes clásicas, que puede describirse como un “despertar de conciencias”.

No obstante, el contenido político de ambas protestas dista mucho de asemejarse. El 15-M se visualiza efectivamente como un sentimiento de frustración y descontento, pero arraigado a la crisis económica y sabedor de que sin ésta no hubiera podido ser. Asimismo, el 15-M carece de demandas concretas, pero sí establece una denuncia estructural a un sistema incapaz de resolver los problemas de los ciudadanos, los cuales especialmente se manifiestan en una tasa de paro juvenil muy elevada y la falta de herramientas de participación real en las instituciones políticas.

Las demandas del 15-M han sido ampliamente compartidas por la ciudadanía, más allá de la participación efectiva en las acciones concretas, y se ha establecido una nueva forma de comprender los fenómenos políticos. La visibilidad del movimiento ha disminuido, pero el sentir original se ha profundizado con el agravamiento de la crisis. Ello ha llevado a la natural mutación y ramificación del movimiento original, en formas más perfiladas como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) o el movimiento Rodea el Congreso. Nada extraño en todo caso, pues el mayo del 68 no sólo fue precedido por el movimiento del 22 de marzo sino que también emergió en un contexto histórico muy determinado. No es posible, en consecuencia, entender cualquier movimiento de protesta sin analizar los condicionantes históricos que hacen de cada evento de esta naturaleza un fenómeno especial y único.

Notas:

1 Josep Fontana (2012): Por el bien del imperio. Editorial Pasado y Presente, S. L.
2 Cabe recordar la anécdota de Daniel Cohn-Bendit, que arengó a un ministro francés a hablar de sexualidad y juventud, recibiendo por respuesta una referencia peyorativa a los rasgos del propio Cohn-Bendit.
3 Ibarra, P. Y Bergantiños, N. (2008): “Movimientos estudiantiles: de mayo del 68 a la actualidad. Sobre las ‘experiencias utópicas’ de un movimiento peculiar”, en X. Albizu (coord.) (2008): Movimientos estudiantiles. Universidad del País Vasco.
4 CIS (2012): “Representaciones políticas y 15M”, estudio cualitativo del Centro de Investigaciones Sociológicas.